A lo largo de la historia, la música ha sido utilizada
como medio de expresión, pero también como recurso cognitivo, para, educar,
evangelizar o trasmitir conocimientos y valores en los más diversos ámbitos,
materias o disciplinas educativas.
Uno
de los planteamientos más antiguos respecto a la relación música y educación,
era que la música servía para conformar el carácter de un individuo y forjar la
moral social. Es en la antigua Grecia,
donde pensadores como Platón y Aristóteles planteaban que la instrucción
musical, en la educación de un estado, era fundamental. Ambos pensadores
dividían al ser humano en un ser dual -cuerpo-mente- y en ese ser, la música
nutría la parte mental del ser humano y la gimnasia al cuerpo. Platón en “La República” consideraba
que había tres disciplinas importantes para la educación de los jóvenes
atenienses: gimnasia para el cuerpo, música para la virtud y filosofía para el
trato cordial con sus amigos y aquellos a los que conoce; Es importante
recalcar que el creador de la
Academia, apelaba a una integración del individuo, es decir
una deficiencia en cualquiera de esas tres disciplinas afectaba a las otras,
por eso menciona “que la educación se mantenga pura, para que nada sea
innovado ni en la gimnástica ni en la música... [porque] No se puede tocar a
las reglas de la música, sin alterar las leyes fundamentales de la gobernación”
(Platón, 1998. p. 497). Es evidente que a la música se le está otorgando un
importante papel en la conformación de la moral. Al prohibir determinado tipo
de poesía y música, Platón lo hace sobre todo, porque corrompen a la juventud y
tienen bajo nivel moral. Por su parte, su discípulo, Aristóteles, en “La
política” dice: “Está dividida la opinión en cuanto a las prácticas educativas,
pues no todos están de acuerdo con lo que deben aprender los jóvenes, ya sea
para la virtud, la vida mejor, la inteligencia o el carácter del alma”
(Aristóteles, 1991, p.301), por lo que recomienda tres usos provechosos de la
música: en la educación, la purificación, y el divertimiento: en educación, se
deben emplear melodías y armonías expresivas del carácter; en purificación como
terapéutica, alivio acompañado de placer; y en el divertimiento, como un placer
noble. Si los griegos, en tiempos de
Platón y Aristóteles, le dieron
preponderancia a la parte de la música que otorgaba carácter a quien la
estudiaba, quiere decir que fue vista desde un enfoque del fomento a los
valores.
Ya hemos visto como los filósofos de la antigua Grecia
aludían a la cualidad moral de la música, con ella se forjaba el “ethos” tanto individual como social, que era, por
decirlo así, un tema transversal. De
este hecho, podemos inferir que la
transversalidad de la música consiste en la capacidad individual y social de
emitir juicios de valor sobre, los efectos o significados individuales y
sociales, determinada música, ya que el
juicio es resultado de las funciones psicológicas superiores, de la
reflexión autónoma y conciente.
Puesto que la
transversalidad es una forma de comunicación de orden superior, requiere de
la metacognición, ya que en dicha comunicación se expresan mensajes en forma
conciente y auténtica y bella. Los
productos musicales -una composición, una canción etc-, producto de un
individuo, son también formas de comunicación de orden superior, donde se
expresan mensajes de manera conciente y autentica, pero además bellamente, lo
cual, en definitiva, nos refiere a la metacognición. Sin embargo aunque la
metacognición es un requerimiento para la transversalidad, la transversalidad
se lleva a cabo cuando esa comunicación individual de orden superior se
socializa y se comienza a valorar en función de la sociedad.
Desarrollar la conciencia
y autoconciencia de los estudiantes respecto de los fenómenos sociales -en ello
la metacognición forma un papel importante- , pues es mediante ella que el
estudiante podrá resolver algunos problemas que le aquejan a él y a la sociedad
en la que está inserto, recordemos que “la función de la escuela es el
desarrollo sociopersonal.” (Yus,
2001, p:42).
La
música como tema transversal puede ser observado claramente en dos vertientes
que se implican. La falta de educación y la salud, en cuanto a la salud se
puede apreciar que el avance de la tecnología, el aumento de población, el
mercado, los medios masivos de comunicación, han generado un problema serio de contaminación acústica,
lo que lleva a alteraciones no sólo del cuerpo, sino también del proceso mental
y una de las enfermedades más representativas de nuestro tiempo que amenaza no
sólo el equilibrio físico y psíquico del individuo, sino de la sociedad: el
estrés.
Quizás
parezca una exageración, pero así como hay derechos humanos que no permiten que
una persona sea dañada físicamente, se necesita regular el hecho de que las
personas sean dañadas psicológicamente
mediante con música, pues los medios y el mercado que la producen y distribuyen
como producto en la sociedad -además de que no se trata verdaderamente del resultado de la metacognición del artista,
sino un producto mercantil con límite de caducidad- son apologías a la
violencia, al sexo, al narcotráfico etc., que por supuesto daña la integridad
psicológica, no sólo del individuo, sino también de la sociedad.
“Las orejas no son párpados”, es una idea de Pascal
Quignard (En Jean-Luc Nancy 2002 p. 35) que puede ilustrarnos sobre la
violencia auditiva. No es tan fácil como cerrar los ojos y dejar de ver, el
interrumpir a voluntad la audición y por lo mismo no podemos escapar de los
efectos que los sonidos propaguen en el cuerpo y en la mente.
Katia
Riccardi (2011) en su artículo “La música también va a la guerra” reseña el
libro “Sound Targets: American Soldiers and Music in the Irak War“ de Jonathan
Pieslak, menciona como en la guerras de Irak los soldados las usan para
“transformarnos en monstruos, en seres inhumanos". Por su parte Suzanne
Cusick en su articulo La música como tortura / La música
como arma. (2006) va más allá y menciona que a partir de la invasión
estadounidense a Panamá en 1989, se han estado utilizando de manera
sistemática el “bombardeo sónico” y la
práctica de uso de la música como instrumento de tortura. Enter Sandman” de
Metallica y “I Love You” de Barney, el
Dinosaurio Morado, han sido dos de las
más usadas, y que a un volumen excesivo y en lugares cerrados, provocan estrés, humillación personal, sexual
o cultural. Respecto al daño físico no hace falta ir muy lejos, aquí en
Tijuana, una calle completa dedicada al entretenimiento y la diversión –la av.
Revolución- hace cimbrar a los peatones con altos volúmenes de sus aparatos de
sonido; también en cualquier zona
comercial, “swap meet”, “sobreruelas” algunos comerciantes con el fin de llamar
la atención sacan altavoces con “música”, que nos recuerdan más a un amago con
una arma que a una invitación. Por cierto que hay armas sónicas de guerra. Una de ellas fue utilizada en la guerra de
Irak, se llama “Aparato Acústico de Largo Alcance”, o LRAD (Long Range Aboustic
Device) que proyecta una franja de sonido a una intensidad de entre 120 a 150 decibeles y un
alcance de 500 a
1000 metros,
con dicho aparato se puede bombardear con música produciendo desorientación y
confusión en quienes es dirigido, e incluso provocar desvanecimientos y
sangrados de la nariz. Como se ve la música no es del todo tan bonita como se
nos ha dicho, y aunque si bien es cierto que lo positivo o negativo de la
música depende de su utilización, también es cierto que se debe tomar conciencia
y valorar dicho fenómeno. De eso trata la transversalidad de la música.
Dice
Yus Ramos (2001) que los temas transversales pueden desactivar el malestar
social y las crisis sociales y que contribuyen al “mantenimiento del orden
establecido y la ideología hegemónica”, pero más que eso, podrían ser un motor
de cambio para esa sociedad.
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