
Escuchar
música presupone que no se trata únicamente de la percepción de sonidos, sino
de una capacidad de escuchar melodías, silencios, ritmos y armonías, y para lograrlo se requiere de procesos
sensoriales cognitivos, emocionales y motores, para lo cual hay estructuras y
procesos en el cerebro que posibilitan -y son posibilitados- con la escucha de
la música como lo son la memoria musical, motora y verbal (Ramos, 2001).
La
cantidad de sonidos que se percibe es inmensa y todos esos sonidos son
diferenciados en el cerebro, se
diferencia sonidos de animales, de cosas, de fenómenos, a su vez cada
uno de esos sonidos, al ser categorizados, producen un efecto; con determinados sonidos se responde con
alerta; y con otros con relajación. Para sobrevivir, el humano, tuvo que clasificar, dar significado a lo
que escuchaba (y a todo lo que se capta
mediante los sentidos); para ello, la memoria ha jugado un importante papel.
El
hombre diferenció los sonidos naturales de los artificiales. La música como
sonido artificial, produce placer, y porque se disfruta, se memoriza el ritmo,
melodía y armonía. Ya se ha dicho como es que se produce el proceso auditivo,
pero el proceso de audición de la música es aún más complejo, basta mencionar
el proceso de decodificación de la música que el cerebro hace en diferentes
áreas. Por ejemplo, el ritmo musical estimula al cerebelo, que controla el
sistema motor, además, el ritmo afecta a la respiración y el corazón, pues se
tiende a la sincronía con el ritmo; la melodía afecta al sistema límbico, que
es la zona de las emociones en el cerebro, ahí se activan hormonas que producen
diversas emociones, que dependen de la memoria.
A un nivel muy básico el placer se
puede reducir a una reacción positiva -en términos biológico-evolutivos- en el
sistema nervioso frente a los estímulos exteriores. De alguna manera el
cerebro, para funcionar necesita de estímulos placenteros, la música los
produce y satisface las necesidades de sensaciones emotivas. Se puede observar
el placer musical en diferentes niveles,
desde un placer producido por el
ritmo donde a más movimiento, mayor
sensación de placer y más liberación de dopamina -que es la hormona del placer-; a un placer producto de
una determinada melodía que evoca determinados recuerdos y emociones (Mi
cerebro musical); hasta un placer más complejo donde el individuo mezcla sus
recuerdos y memorias musicales para formar un por decirlo así, nuevo estado de
ánimo, mediante una composición musical.
La
música tiene en cierto sentido un lenguaje matemático, pues al ser un fenómeno
físico, para ser producido artificialmente se tuvo que mesurar, con el fin,
primero de memorizar y luego de
manipular a voluntad. La noción pitagórica de armonía partía precisamente de la
medición de la música, de relaciones matemáticas entre los sonidos, donde por
ejemplo, al pulsar una cuerda, el
intervalo de octava alta de su sonido original se produce cuando se divide esa
cuerda justamente a la mitad; el intervalo de quinta justa al dividir la cuerda en 3; el intervalo de cuarta al dividir la cuerda
en 4 etc.
Actuales
investigaciones neurofisiológicas, explican que la práctica musical, incentiva
el aprendizaje de las matemáticas, puesto que ambas –música y matemáticas- se
relacionan con el razonamiento espacio- temporal. (Asoc. Mateo Albenis, 1999).
Un tema complejo explicado con claridad y sencillez.
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